Cortesía de Los Viajes de Ginés
Este verano no hice algo que vengo haciendo desde que me convertí en una estadística más de la diáspora boricua: ser turista en mi tierra. Aunque nadie tiene que venderme las bellezas de Puerto Rico –soy su embajadora por donde quiera que voy, esta vez el viaje era más importante. Iba con mi hijo. Un boricua nacido en San Juan que se ha acostumbrado demasiado a su vida gringa. Era una mujer con una misión: hacer que mi hijo se enamorara de su Isla después de 4 años de ausencia.
Puerto Rico es un pequeño paraíso caribeño de 100 x 35 millas. Aunque en teoría puedes darle la vuelta a la isla en un día, la idea era que disfrutara y que lo que viera, lo viera bien. Si le fuera a hacer una guía a un extranjero, esta NO sería necesariamente la ruta que le haría. Pero para nosotros, fue absolutamente perfecta.
Desde que no vivo en Puerto Rico, usualmente llego a San Juan para visitas cortas y hago algún paseo fuera del área metro (¡si tengo el tiempo!). Esta vez, acompañada de mi hijito, alquilamos un auto y nos dimos a la aventura de recorrer Puerto Rico y verlo a través de sus ojos. Arrancamos estos 10 días en el noreste de la isla. Alejandro, mi hijo, le dice a cualquiera que lo escuche que no le gustan las playas de Miami porque según él, no tienen olas. Bueno, según él, no; no tienen olas. Así que la primera misión de una de sus tías postizas que nos esperaba en el pueblo de Río Grande, era llevarlo a las olas.
Noreste / Sureste:
Nuestra primera parada fue en el Wyndham Grand Río Mar, un resort emblemático que lleva muchos años de excelencia; ha cambiado de dueño y de cadena, pero cualquiera en Puerto Rico sabe lo que significa “Río Mar”. Efectivamente, Alejandro tuvo todas las olas que quiso. ¡Hasta pasamos un buen susto con una traicionera corriente que nos haló un rato hasta que casi no nos podíamos salir! Siguiendo la ruta de las olas, fuimos a una playa que es especial para mí porque era la favorita de mi papá, Costa Azul. En el noreste de la isla, el pueblo de Luquillo marca el comienzo de la reserva natural del corredor ecológico del noreste, que termina en la playa de Seven Seas en Fajardo. Luquillo es 26 millas cuadradas con 12 millas de hermosa costa atlántica, acurrucado en las orillas de la reserva de El Yunque. Costa Azul es una de esas playas a las que todos fuimos de chiquitos, en lo que en Colombia le llaman “paseo de olla”; ustedes saben, las tías y la mamá te llevan con las ollas de arroz con salchicha (o cualquier facsímil razonable), hacen BBQ improvisado en la arena, la hamburguesa te queda con saborsito a sal y tu mamá te hacía una casita con toallas para quitarte el traje de baño mojado antes de irte porque si no te enfermabas (¿o era yo a la única que le hacían esto?). Esta parte de Luquillo siempre me ha parecido detenida en el tiempo; los edificios todos parecen de los años setenta. Pero sigue teniendo el mismo encanto de cuando yo tenía la edad de Alejandro. La arena es de color rojo dorado natural y hay arrecifes de coral llenos de coloridos peces y vida marina. Hay una gran variedad de alojamientos de alquiler como condominios, villas, apartamentos y casas para alquilar en la playa o cerca de la playa en las calles laterales.
Allí también está la playa La Pared, una de las playas de surfing más famosas de Puerto Rico; más adelante encuentras la playa La Selva, una zona perfecta para los más aventureros con un oleaje más pesado. Nuestro recorrido lo seguimos hacía el sureste de la isla, hasta el pueblo de Maunabo. Específicamente, fuimos al Faro Punta Tuna. El faro es lindo e impresionante, pero casi tan lindo e impresionante es el camino para llegar hasta él. El faro se encuentra localizado en el punto más meridional del este de la isla; fue construido entre 1891 y 1893, y se encendió por primera vez en 1892. El faro pasó por los embates de dos tormentas devastadoras para Puerto Rico, San Ciriaco en 1899 y San Felipe II en 1928. El pueblo de Maunabo quedó totalmente destrozado, pero el faro se mantuvo intacto y en 1981 entró en el Registro Nacional de Lugares Históricos de los Estados Unidos. Aunque no se puede entrar al edificio del faro como tal, solo la vista vale la visita. Cuando íbamos de regreso, paramos a realizar el nuevo deporte nacional boricua, “chinchorreo*”, en la carretera de Yabucoa. De ahí nos dirigimos hacia el Malecón del pueblo de Naguabo, donde realizamos mi deporte favorito: ¡comer! Los municipios costeros cuentan con una oferta gastronómica donde los mariscos son protagonistas. Naguabo no es la excepción, desde el pescado en leña hasta el mofongo relleno de mariscos; y como dato curioso les contaré que Naguabo fue el lugar que vio nacer la creación de la empanadilla de chapín.**
En Naguabo sentí lo que ya en las ciudades grandes no se siente, calor de comunidad. Un niño tal vez un poco más pequeño que Alejandro vino a invitarlo a jugar. Los citadinos desconfiados que habitan en nosotros inmediatamente dijimos “¿pero de donde salió? ¿Quienes son sus papás?” Resulta que era el hijo del dueño de la heladería que está en el Malecón, Maury La Barquilla, que lleva su mismo nombre. En ese mismo Malecón hay una estructura muy llamativa pero abandonada, los restos del Castillo Villa del Mar, que guardan testimonio de un pasado de plantaciones, trapiches y esclavitud, cuando aún la caña de azúcar era reina del Caribe. Es uno de los pocos ejemplos del estilo arquitectónico victoriano que hay en Puerto Rico. Fue eje de comercio por contar con su propio atracadero y era usada para la exportación de azúcar. Dicen que tiene uno que otro fantasmita. Voy a tener que investigar más sobre este tema…
El último lugar del recorrido por el este de la isla fue una visita al Río Las Pailas. Cuando era una niña, recuerdo que mi madre y mi tía me llevaban también en “paseo de olla” a este hermoso lugar. ¡Jamás me imaginé que mi hijo y mi sobrino gringo gozarían tanto allí! Las Pailas es un río que nace en las aguas de El Yunque y por cuyas rocas uno se tira tal cual parque acuático y cae en una piscina natural. Se llega muy fácil entrando por el pueblo de Luquillo y uno se estaciona en una casa privada y baja por un camino dentro de la misma propiedad. Como en cualquier aventura al aire libre, vayan con precaución. El traje de baño de Alejandro no regresó a Miami y salimos con una rodilla hinchada. ¡Pero como gozamos!
Maravillosa bitácora de un recorrido completo, que va más allá de los lugares típicos. Hermoso verlo a través de tu pequeño compañero de viaje 🙂
Wow! Qué bonito es Puerto Rico! Un lugar que me encantaría conocer. Y este sitio que nos muestras se ve hermoso. Ya tengo ganas de ir!!!
Me encanto todo lo que leí, bien completo y claro, ese tipo de artículos son los que merecen la pena leer
¿Desde cuando está abandonado el castillo?
Muy lindo todo lo que nos cuentas de los viajes y las atracciones turísticas de Puerto Rico. Me falta mucho por conocer allá.
Que bellas las fotos! A mi me aterra eso de tener que ser turista en mi propia tierra, producto de la diáspora:(
Me fascina Puerto Rico y tu artículo ha sido muy ilustrativo. Gracias.
Puerto Rico es un paraíso. Se deben sentir muy orgullosos de ti, fiel embajadora!!!
Excelente artículo! Captura la esencia de la geografía y cultura y la expone de manera sincera y honesta. Un recorrido por la parte menos conocida pero igual de bella.